"Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás. El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían" (Mateo 4:10, 11).
Satanás había puesto en duda que Jesús fuese el Hijo de Dios.
En su sumaria despedida tuvo una prueba que no podía contradecir.
La divinidad fulguró a través de la humanidad doliente.
Satanás no tuvo poder para resistir la orden. Retorciéndose de humillación e ira, se vio obligado a retirarse de la presencia del Redentor del mundo.
La victoria de Cristo fue tan completa como lo había sido el fracaso de Adán.
Así podemos nosotros resistir la tentación y obligar a Satanás a alejarse.
Jesús venció por la sumisión a Dios y la fe en él, y mediante el apóstol nos dice:
"Someteos pues a Dios; resistid al diablo, y de vosotros huirá. Allegaos a Dios, y él se allegará a vosotros" (Santiago 4:7 e 8).
No podemos salvarnos a nosotros mismos del poder del tentador; él venció a la humanidad, y cuando nosotros tratamos de resistirle con nuestra propia fuerza caemos víctimas de sus designios; pero "torre fuerte es el nombre de Jehová: a él correrá el justo, y será levantado" (Prov. 18:10).
Satanás tiembla y huye delante del alma más débil que busca refugio en ese nombre poderoso.
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